Ruth Hidalgo

El Karma de la corrupción arruina la Democracia

Para los ecuatorianos, es una necesidad urgente que, en el país, se avance en el proceso de reinstitucionalización que todos esperamos. Seguimos en la expectativa, de que se tracen caminos claros, que nos demuestren, que efectivamente vamos en esa dirección.

Sin embargo, cada día despertamos con una nueva denuncia y un nuevo escándalo, siempre relacionado con algún hecho de corrupción. Parecería que en la última década no se salvó ningún contrato del Estado de las garras de la coima, la extorsión y el negocio trucho por debajo de la mesa.

A esto se suma como si no tuviéramos suficiente, los casos de narcotráfico que se siguen destapando, y que nos dejan saber que hemos sido centro de distribución de todo tipo de alcaloides hacia varias partes de la región y del mundo.

De lo que se conoce hasta ahora, inclusive el testaferrismo ha sido otro fenómeno bien articulado y posicionado en el país. Todo parece indicar, que los ilícitos y la corrupción, beneficiaron a muchos ecuatorianos, porque les permitió adquirir gran poder económico, transformándoles la vida a costa de todos nosotros.

Pero, aquella bonanza mal habida, paralelamente arruinaba la vida al país entero, destruía a la democracia y atentaba contra la paz social, primero, porque alrededor de ilícitos como estos, se tejen también redes de delitos conexos: tráfico, trata de personas, sicariato, etc., y después, porque cuando se trata de corrupción relacionada con contratos y fondos públicos, cada coima trae una cola de incorrección detrás, en donde están funcionarios de toda índole, provocando un debilitamiento moral e institucional al Estado.

La germinación de estos procesos contaminados por la corrupción, no hubiera sido posible si en el Ecuador no se metía la mano a la Justicia convirtiéndola en un brazo político del gobierno de entonces. La cooptación de este poder del Estado fue determinante para que se impidiera la investigación, judicialización y sanción de hechos ilícitos de todo tipo.

Con justicia independiente, hoy tendríamos a muchos en la cárcel y los dineros del Estado seguirían en las arcas públicas para ser invertidas en el sector social donde tanta falta hace, y no invertidos en propiedades de lujo dentro y fuera del país.

Pero por desgracia, en diez años la corrupción logró contaminar gran parte del aparato del Estado, por eso, el proceso de reinstitucionalización que todos estamos añorando, se vuelve un difícil trabajo cuesta arriba.
Para recomponer lo que nos dejaron dañado, se necesita tener el coraje de tomar medidas eficaces. Quizás es momento de articular procesos serios de investigación y lucha contra la corrupción a imagen y semejanza de otros países que lo han llevado a cabo con éxito.

La normativa actual se está empezando a quedar corta, especialmente cuando se trata de agilitar investigaciones que vayan dirigidas a establecer responsabilidades, pero también a recuperar los bienes y dineros provenientes de corrupción, para ello nos urgen cuerpos legales que fomenten la transparencia y desincentiven la corrupción.

Una verdadera reinstitucionalización necesita partir con instituciones limpias, independientes y confiables, pero eso no va a ser posible mientras no sean condenados todos, absolutamente todos los implicados en procesos corruptos, dicho sea de paso, ya va siendo hora de conocer la tan resguardada lista de Odebrecht por ejemplo, porque ese baño de verdad aún nos lo deben a todos.

La corrupción se vuelve un karma que arruina la democracia cuando no se actúa con decisión y entereza. Si la atacamos con fuerza y la desterramos para siempre de nuestra patria, todavía podremos estar a tiempo de cambiar para bien la historia del Ecuador.

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